16.8.12


Víctor Hugo entre militares: leer sin libro o la dictadura del relato



2ª quincena agosto 2012




Victor Hugo creció entre militares, ya que el escritor romántico era hijo del general Hugo, uno de los principales jefes castrenses que rodeaban a Napoleón Bonaparte. Esta filiación biológica del autor de Los Miserables eslabona la infinitud histórica del vínculo entre el pueblo y la literatura, en un sentido revolucionario que el célebre autor ilustró incluso con Noventa y tres, obra dedicada al año clave del equilibrio entre la revolución y la contrarrevolución, por igual nacientes en aquel distante entonces.  En la actualidad el relato histórico no sigue a los hechos sino en vivo y en directo, simultaneidad que zambulle la historia en la contemporaneidad[1] y la política en la tecnología mediática.

Quizás Matías Rótulo acertó en el elemento decisivo de la polémica en torno al libro Relato Oculto[2], al subrayar la incidencia de intervenciones sobre una misma publicación que no parecen instruidas por la lectura del texto, a comenzar por la suya propia[3]. Una subordinación de la lectura del documento de referencia al desarrollo de la polémica, que pasa a des-documentarlo por contextualización forzosa, funda la posición de Rótulo, en razón de la hegemonía comentarista que ejerce el sistema de medios sobre cualquier publicación singular.

 En verdad, nadie polemiza periodísticamente sobre un libro con el mero propósito de constituir un foro de discusión de lectores avezados, sino ante todo para hacer cundir cierto sesgo entre recepciones posibles, pero no necesarias, de terceros. En cuanto la publicidad suplementa la discusión especializada, generalizando la extensión mediática de un cuestionamiento, se configura cierto efecto público de convicción, que supera en mucho el índice de lectores posibles y determina un estado de opinión pública al respecto, que ante todo prescinde de la condición textual de su objeto de discusión.

 Subsiste en el polemista no instruido en la lectura de la obra comentada, sin embargo, cierta culpabilidad relativa al desconocimiento de eventuales elementos argumentales o informativos, paradójicamente textuales antes que contextuales,  que levanta la sospecha de una negligencia culpable, ocasional causa de apreciación errónea acerca de la cuestión debatida.  De tal forma, la culpabilidad furtiva del lector perezoso se posa, con “insoportable levedad” de omisión crítica, sobre los hombros del polemista mediático.

Habrá advertido el generoso lector de este blog, así como lo declaramos ahora para quien lo aborda por primera vez, que difícilmente se encuentre en estas páginas referencia a lo que se ha denominado “investigación periodística” o “ensayo histórico-político”. En efecto, predomina en esas orientaciones de la elaboración crítica, una indagación o una perspectiva atenida al contexto, entendiendo que tales remociones de datos pueden aportar elementos decisivos, sea para elucidar actuaciones o para esclarecer alternativas.

La indagación periodística sistemática, concienzuda y muchas veces de singular coraje personal, ha hecho aportes relevantes al conocimiento público de circunstancias decisivas de la tragedia política vivida por la sociedad, hace tan sólo pocas décadas, así como al esclarecimiento de circunstancias lesivas para los derechos humanos y sociales en una gama amplia de circunstancias públicas.  Sin embargo, la particular actitud uruguaya en el plano intelectual que siguió a la falencia universal de las concepciones sistemáticas de la historia y la política, llevó a una actitud defensiva predominante en el campo de la elaboración intelectual,  como efecto de una identificación con el sistema político, particularmente en sus expresiones afectadas por la crisis de la modernidad. Esta coyuntura se ha expresado singularmente en una actitud resistente a las tendencias alternativas en el presente del pensamiento, incluso académicamente,  de tal modo que se ha propiciado por renuencia crítica la confusión del relato de una tragedia vivida ante la represión, incluso heroicamente,  que  sin distinguirse en aristas propias viene a ser identificada, por omisión conceptual, con la necesaria reformulación de perspectivas teóricas. Pero denunciar no puede ser confundido con trazar un rumbo, aunque aporte a esclarecer los pasos dados.

 La posición que se sostiene desde estas actualizaciones quincenales se contrapone críticamente a esa percepción de la elaboración intelectual, en cuanto conducida por su propia necesidad conceptual, la indagación esclarecedora acarrea, por la misma ambición probatoria que la remite a lo sucedido, un espectro de diferenciaciones siempre sugestivas, pero nunca suficientes de cara a una propuesta.

Más allá de casos y circunstancias excepcionales que conviene compilar ordenadamente,  el relato de elementos informativos desconocidos encuentra en los órganos periodísticos un campo suficiente de desarrollo, así como el debate ideológico proporciona por medio del periodismo de opinión adecuada cristalización al esclarecimiento político. Ahora, ninguno de esos dos extremos periodísticos de la crítica, incluso cuando posibilitan distinciones en un eje histórico, alcanzan a infundir un relato alternativo, porque sus propias premisas parten de aportar información inédita a versiones en vigor o de inducir perspectivas ya elaboradas desde otros ámbitos. La actividad que elabora perspectiva no se reduce a pruebas que parten de hechos ocurridos, ni a la implementación programática de insumos conceptuales.

Por el contrario, desde este blog se ha cotejado las informaciones periodísticas con un trasfondo teórico que no puede provenir de ellas. Se destaca en el presente público la generalización de la interactividad inducida por los “nuevos medios” (blogs, sitios web, redes sociales), que perfora por anticipación activa (inter-acción) todo “estado de la información” en tanto “estado de cosas”, al tiempo que convoca a la elaboración teórica sobre un terreno de actualidad –en tanto diferenciación entre “mirar” y “ver”. El cruce entre la generalización social de la tecnología y la personalización del acceso bajo condiciones virtuales a la actualidad, parece conducir a una generalización de las redes y a la significación creciente que adquiere la formación intelectual, en cuanto potencia la lectura configurada, cuando no la eliminación en buena parte, de una masa de información desbordante.

 Esta tendencia hacia un campo mediático constituido centrípetamente a partir de la convergencia de medios en un único canal y diseminado a través de intervenciones ancladas en idiosincrasias singulares, desplaza el lugar del libro en tanto soporte general de hábitos intelectuales. Pero asimismo, con la especialización creciente de ese soporte de papel y tinta, desaparece también un campo de sensibilidad crítica que se asociaba a la cultura del Libro, es decir, a la lectura en tanto interpretación de una fuente del saber trascendente, superior y soberana[4].

Es probable que la confusión entre investigación teórica e indagación periodística, así como la que predomina entre difusión cultural y elaboración intelectual, esté determinada por la creciente subordinación de la naturaleza crítica (humanística) a la interactividad mediática (tecnológica) y de la enunciación discursiva a la campaña publicitaria. Derivando hacia un terreno menos jerárquico y articulado, pero más mediatizado (en los dos sentido del término: “encarcelado” y “formateado”), el campo de la crítica se (re)configura en clave de crisis polémica, recuperando así el sentido contingente que también atesoraba la decisión (krynein: decidir) en la antigüedad griega. También pudiera ser que el sentido de emanación de una fuente trascendente que se encuentra detrás de la infinitud bibliográfica, que compendiaba simbólicamente el “Libro de los libros”, pase a ser entendido en tanto agregación virtual (mal que le) pese a la totalidad de la información.

Ilustrando ese criterio alternativo, el libro Relato Oculto revela márgenes de significación que superan, en ribetes de actualidad, la ya ampliamente desplegada discusión sobre el totalitarismo, oportunamente instalada bajo el benévolo rótulo de “dictadura militar”. Una quizás inadvertida, pero igualmente sugestiva sobreexposición crítica, convierte la “revelación” sobre un episodio ocurrido bajo aquella “dictadura” en un “revelado” que fotografía el presente, en cuanto somete a un procedimiento de re-velado (una substancia actúa sobre otra)[5] la subordinación de la investigación y el ensayo (sobre la historia y la política) al ejercicio periodístico y al campo mediático (sobre los medios y los periodistas). En efecto (mediático), conviene advertir que la polémica en torno a Relato Oculto involucra la figura de periodistas en liza profesional, así como se vincula, por los sesgos polémicos que induce, a la actual discusión en torno a una ley de medios, es decir, replica la coyuntura que involucra al poder político de cara al “enemigo con el que duerme”: el empresariado de los medios de comunicación.

En cuanto una discusión sobre los sucesos asociados al totalitarismo en el Uruguay parece determinar cuestiones relativas a la ética periodística, que por su lado presentan por contexto los medios de comunicación, la factura que se extiende a Víctor Hugo Morales da por sentado un “libro negro”: la condición  diferenciada de aquel período totalitario y los márgenes de su significación propia. En efecto, si la vesania profesional de un periodista se encuentra suficientemente probada por su proximidad con los militares, entonces las condiciones particulares que propiciaron el ascenso castrense, fortalecieron su rol y finalmente le entregaron progresivamente el acceso a los instrumentos del poder, es decir, el contexto gravitante de los partidos tradicionales “históricos”, en pleno ejercicio del gobierno y de las mayorías parlamentarias estratégicas del período que lleva al golpe de Estado, se encuentra subrepticiamente sobreseído.

Es decir, el desarrollo argumental que lauda la actitud periodística de Víctor Hugo Morales con base en su proximidad con los militares en cierto período, en cuanto hace pie exclusivamente entre la contradicción del relato imputado y lo revelado por la documentación fáctica de los hechos, da por sentado un laudo con relación al período en cuestión. Por consiguiente, apoya la hipótesis de un “mal radical” de los militares y de su supuesta génesis en una “coyuntura aciaga”, donde no puede sino surgir la figura contrapuesta de la “subversión” guerrillera, en tanto contendiente fatal. Toda reducción de la coyuntura totalitaria a un enfrentamiento entre militares y subversivos absuelve a las formas tradicionales del poder en el Uruguay, o sea a blancos y colorados, inefablemente convertidos en el “tercero distraído” que surge compasivamente constituido en víctima, tras el  curioso atropello al poder que relata la “teoría de los dos satanes”.

Correlativamente, esa “corrección tradicionalista” refuerza por su propia limitación crítica el relato propio de la autocomplacencia uruguaya, que en la retrospectiva eterna de una “edad de oro” del período batllista, confunde por convicción adquirida corrección de procedimientos, en definitiva de índole moral e institucional, con vigencia de actitudes. Ese trasfondo en que la “teoría de los dos satanes” se configura sobre la base idiosincrática de una autocomplacencia conformista y profundamente agresiva con toda diferencia idiosincrática –por ejemplo “piquetera”- ha generado algunos de los sucesos más vergonzosos de la historia reciente del Uruguay, entre los cabe recordar, como “frutilla en la torta”, la “conversación en busca de apoyo ante la amenaza argentina” que el primer presidente de izquierda (¿…?) confesó haber mantenido con Bush.  O la defensa del “golpe de ley” paraguayo por la derecha uruguaya porque “la letra de la constitución lo habilita”. ¿No sería defendible el “pachecato” en el Uruguay por la mismas razones, porque en definitiva no “violó” la letra, sino que “usó perentoriamente” la constitución al reinstalar “de un día para el otro” las “medidas de seguridad”, que el Parlamento levantaba una y otra vez en un gesto inequívoco? ¿No configura un equívoco análogo dar por “perversa” toda actuación y  gravitación militar sin explicar quien la indujo, sostuvo y alentó en un sentido que no dejaba dudas, ni por el contexto interno ni por el internacional de aquel entonces?

Si por el contrario el libro no se dirige a una explicación de la dictadura sino a una aproximación crítica al contexto actual del periodismo, en razón particularmente de una falacia mitomaníaca, producto de un perfil de personalidad, la argumentación debiera extenderse al contexto de los medios. En ese caso, cabría un análisis en torno a las tensiones a que se ve sometido el periodismo en razón de la transformación tecnológica, particularmente aunque no tan sólo, en razón del surgimiento del periodismo digital, pero asimismo, en razón del cotejo entre las expresiones comunitarias y los intereses colectivos más alejados del empresariado, en cuanto al presente alcanzan mayor influencia relativa, por intercesión ante los actuales regímenes gubernamentales de la región. En ese caso, el trasfondo no sería la dictadura, sino el cotejo entre perfiles profesionales, en cuanto tales tendencias reflejan transformaciones en el poder mediático, particularmente en razón de la puja actual en torno a la definición de instrumentos legales y de nuevos medios de comunicación.

En cuanto el planteo tiende a laudar la cuestión en el trillado terreno de un esclarecimiento informativo de los hechos, consagra sin embargo, en aras de esa misma verosimilitud consabida de antemano, la carencia de alternativa explicativa a la “teoría de los dos satanes”. La mera sugestión informativa no agrega nada al relato de la dictadura como tal, en cuanto la proliferación de la polémica en réplicas mediáticas a tropel, determina la fatal inscripción de la versión que sea, incluida por añadidura cualquier crítica, en el metarelato que provee el registro dominante. La sedimentación interpretativa previa, que inculca por andanadas una difusión tan acelerada como escandalizada, también impone una dictadura del relato, que ni siquiera ofrece margen de imputación relevante en torno a las pasadas actuaciones de un relator en cuestión, más allá de una sensibilidad ética[6].

 Pudiera ser que el “sistema de medios” determine, a través de versiones hegemónicas para una misma sensibilidad,  un curioso aire de familia entre el relato deportivo facilista, el relato de la dictadura en tanto tropelía contra un “tercero distraído” y la dictadura del relato en tanto incidencia rectora de un metarelato. Un extraño hilo de conducción de la realidad informativa, o de la información real, o incluso y por sobre todo, de la realidad a informar, pautaría en clave de una sintonía compartida por la mayorías, una continuidad “real” del relato o del “relato” de lo real. Tal realidad del relato “cubre” bajo pretexto de comentario tanto como encubre al hilvanar, desde la transmisión radial de la pugna deportiva hasta la versión histórica de una puja entre bandos enfrentados.

Esta dictadura del relato se desarrolla en el eje de una “sociósfera” confinada en la “agenda setting” que programa la información, en cuyo devenir no es necesario pensar en un afuera que la determine, ni siquiera como su “tercero distraído”, ya que el principio de tal equilibrio informativo consiste en evitar la contingencia diciéndose, sin embargo, su relator. Quizás por esa subordinación estridente a la escena mediática, incluso cuando se vocifera la polémica, muchos prefieran comentar el comentario del libro a leerlo, en cuanto tal re-velado (exposición de una sustancia a la acción de otra) de la crítica (mediatizada) sobre la crítica (literaria) corresponde a una discusión que ya circulaba en los medios antes de llegar a la encuadernación de una obra.

 Desde entonces el libro queda fuera de cuestión, como posibilidad de relato desde un más allá que trascienda la propia esfera periodística. En tal retorno sobre sí desde un límite infranqueable y quizás abominado se configuran, entre sí, tanto un leer sin libro como una dictadura del relato.





[1] Vattimo, G. (1990) La sociedad transparente, Paidós, Barcelona, pp.95-96.
[2] Haberkorn, L. Alvarez, L. (2012) Relato Oculto, Planeta, Montevideo.
[3] Rótulo, M. “El libro de Alvarez-Haberkorn: alguien va a ladrar” Voces (09/08/12) Montevideo, p.29.
[4] “L’au-delà de la clôture du livre n’est ni à attendre ni à retrouver » « El más allá de la clausura del libro no debiera esperarse ni encontrarse » (traducción R.V.). Derrida, J. (1967) L’écriture et la différence, Seuil, Paris, p.436.
[5] Virilio, P. (2007) L’Université du desastre, Galilée, Paris, p.32.
[6] Pereira, M. “Trapitos al sol” La Diaria (06/08/12) http://ladiaria.com.uy/articulo/2012/8/trapitos-al-sol/